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....Cabalgué a lomos del Dragón. Y él volvió hacia mí sus enormes ojos color violeta. Y me sonrió.




sábado, 29 de mayo de 2010

Otro paseo por el Caurel

Similar esquema narrativo que la entrada del martes 4 de Mayo. Ésta contiene elementos narrativos (el perro, el camión) que le dan una emotividad peculiar. Todas las vivencias son reales, plasmadas tal y como las recordé. Las fotos son del Caurel, aunque no fueron tomadas el día de la excursión. El retrato no me lo hizo el perro: Usé un pequeño trípode. =========================================================== 08-07-2003 OTRA EXCURSION POR EL CAUREL. 
 Son las 14:45 y he terminado mi trabajo en el C.R. Piedrafita, relacionado con acciones para el aumento de fiabilidad en la remota SST. 
Salgo del centro y como en la Venta Celta. Me gusta este sitio, aunque sólo tienen un plato único; o lo tomas, o lo dejas. A mí, el plato siempre me ha gustado. El café es de pota, me apunto a uno. 
Comen exclusivamente peregrinos de paso. Me gusta observar a los peregrinos. Se ve gente tan distinta, de tan variada procedencia, pero todos animados por la misma meta. Alguna vez he charlado un rato con alguno. Son, sin excepción, gente abierta, dispuesta a la charla. 
Mi objetivo de hoy es la Devesa de la Escrita, en Paderne. Tardo unos 45 minutos hasta Paderne; creí que estaría más cerca. Es casi 1/2 hora hasta Seoane, y después casi 20 minutos de allí a Paderne. La carretera de Seoane a Paderne pasa por Meiraos, Vilasibil y Miraz. Es muy bonita, y pienso que a la vuelta, si tengo tiempo, me gustaría meterme en alguna de estas aldeas. Me pregunto si alguien ha hecho un estudio acerca de la procedencia de los topónimos del Caurel. Me parecen muy originales. 
A las 5 de la tarde, llego a Paderne. El día es caluroso, llevo en la bolsa un botellín de agua de 1/2 litro, que espero ir rellenando. Dejo el coche en la márgen de la carretera, y bajo a la aldea. 
Ya en las primeras casas, encuentro un perro echado en medio del camino. Es un animal grande, de pelo negro y largo. Se me ocurre que debe tener mucho calor. Me acerco a él con gestos de amistad, y se levanta meneando el rabo. Me sigue por el camino abajo. Vaya, así que parece que voy a tener un compañero de excursión. Bajo por el camino, salgo de la aldea y cruzo el Río Pequeño (así se llama en la hoja cartográfica). El can no se separa de mí, y al llegar al río, no se lo piensa dos veces y se zambulle por completo. Le envidio, pues hace bastante calor; yo me conformo con mojarme el pelo. Luego sale, se sacude y vuelve al camino, tomándome la delantera. Oye -me gustaría decirle-, que sé por donde voy, aunque a ti te parezca que no. 
El camino empieza a subir lentamente. Al fondo, la Devesa de La Escrita. Sólo estuve aquí una vez en mi vida, un día de septiembre hace ya más de diez años. Araceli, Agustín y Paquiño venían conmigo. Me acuerdo que, camino de la Devesa, Paquiño pisó en falso queriendo coger unas avellanas silvestres, y se cayó arribón abajo. Lo que nos reímos del pobre. En aquella ocasión, tan pronto como nos metimos en la Devesa, empezó a llover, y aunque mi idea era atravesar la Devesa por medio y medio (ahora lo pienso: qué burrada, habría sido casi imposible, aunque sólo fuera por lo escarpado del terreno) tuvimos que desistir, dar media vuelta y regresar. 
Hoy no va a llover. Me gustaría encontrar la Cova de Tras la Costa, aunque sé que es bastante difícil. Cuento únicamente con su ubicación en la hoja cartográfica 1:25.000, según coordenadas tomadas de la revista FURADA. Si las coordenadas son correctas, puedo encontrarla; si no, no. A los 15 minutos de marcha, y según la hoja, es hora de apartar a la izquierda. En esto encuentro lo que parece un pequeño sendero, y me meto por él. Le doy una voz al can, que iba por delante de mí, y éste, al punto, da media vuelta y se mete también por el sendero, llevando de nuevo la delantera. Parece muy seguro de por donde va. Estoy asombrado. O mucho me equivoco, o esto parece un sendero de espeleólogos. El can no titubea, y va tan aprisa que a veces me cuesta seguirle; le conmino a que me espere. 
La subida es dura, y tengo que apartar los helechos con el bastón. Recuerdo que en una de éstas, resbalo y casi caigo en unos arbustos. Al apartarlos para levantarme, me encuentro de cara con un ramillete de fresas silvestres, pequeñas como garbanzos, de un rojo intenso. Casi sin saber lo que hago, me como al instante unas cuantas. Simultáneamente pienso si son fresas silvestres de verdad. Sí, no hay duda. Están sabrosísimas. El can se impacienta porque lo siga, y se me ocurre que si me lleva hasta la boca de la cueva, hay que nombrarlo Can Espeleólogo de Honor, federarlo y llevarlo en las salidas. Finalmente, llego (precedido por el animal) hasta un lomo del terreno con una formación que se parece mucho al plegamiento donde se abre la Cova da Arcoia, y creo que por aquí podría estar la cueva. Inspecciono el lugar rápidamente, sin resultado. El perro quiere seguir su camino, pero veo que tira más bien monte abajo, como queriendo llegar de nuevo a Paderne monte a través. 
Doy media vuelta, y el animal, comprendiendo de inmediato, la da también y regresamos al camino, aunque esta vez tuve que pasar de seguir al can, porque se metía por unos vericuetos que eran casi imposible de seguir. Al final, desisto, empuño el bastón y me abro a viva fuerza una vía entre la maleza, regresando al camino. Ahora, él me sigue. De nuevo en el camino, continúo ascendiendo. De nuevo el can me precede. Ahora parece entender que vamos a ir hacia arriba, hasta lo más alto de la Devesa. Hace calor, y me tengo que parar un ratito a la sombra a tomar un trago de agua. Mi amigo también busca la sombra. Da seguridad llevar al perro delante. Se siente uno muy acompañado, y se me ocurre que si me saliese un jabalí o algo así, posiblemente me defendería, aunque espero no tener que llegar a comprobarlo. Es curioso como casi al momento se estableció entre nosotros una relación perro-dueño, que yo pensé que se tardaba más tiempo en establecer. 
Empiezo a padecer calambres en el muslo de la pierna derecha. Qué raro, apenas no he subido ni 200 mts. Los calambres suelen aparecerme en los muslos cuando he hecho un ejercicio desmesurado, pero no es el caso. Tengo que subir lentamente, procurando distender el músculo, por que si lo relajo, al momento se me agarrota con un calambre. Otro inconveniente: las moscas. Llevamos sendas nubes de moscas, que nos acompañan todo el camino. Si agito los brazos con energía, la nube se disipa, pero al poco vuelve a formarse. Son tantas, y zumban de tal manera, que le ponen a uno nervioso. 
Aunque voy ganando altura, el calor no amaina. Pasamos junto a un regato, y el can de nuevo se mete por completo. Yo me mojo la cabeza entera y recargo la botella, que ya iba vacía. Es un alivio para los dos. Ahora el camino se empina fuertemente, y aunque estoy bastante repuesto de la fatiga, y subo con ligereza, los calambres en las piernas no me dejan en paz. El perro, siempre por delante, parece decir: Pues menudo vejestorio. Pero tiene paciencia, y me espera. Escucho gritos en las alturas. Son dos rapaces, que evolucionan en el aire. No sé lo bastante de aves como para interpretar su actividad.

¡Agua, de nuevo, menos mal!. Mi guía se adelanta y se tiende cuan largo es, en la pequeña corriente. La pruebo: está helada; tanto, que la botella de plástico se empaña al instante cuando la lleno. Tengo que beber poco a poco, de lo fría que está. La vacío (1/2 litro) y la vuelvo a llenar, por si acaso. Descansamos (bueno, descanso yo, que él no está cansado) un par de minutos y seguimos la subida, lentamente. 
Por fin, alcanzo las cumbres cimeras de la Devesa. El lugar se llama Penas Blancas, según la hoja. Desde aquí puedo ver a la vez las aldeas de Paderne, Miraz, Vilasivil y Meiraos, y me doy cuenta de la observación que hace Xurxo de Vieiro en su libro "Un ano no Courel": Rodeando a cada aldea, un pequeño cinturón de huerta, y rodeándolo todo, un amplio souto de castaños. Se ve claramente cómo cada aldea tiene su souto. 
Ahora, ya casi en plano, tomo una pista que recorre toda la cabecera de la Devesa. Las cimas de los montes están cosidas a pista. Son pistas anchas, hechas con bulldozer. ¿Para qué demonios harán tantísimas pistas? Se puede ir a cualquier sitio que quieras, por las cumbres cimeras. Me gustaría llegar hasta As Penas da Devesa, a 1414 mts, pero son las siete y pico y los calambres no cejan. Así que me asomo por última vez al inmenso balcón sobre la Devesa que forma su borde superior, y doy media vuelta. El can gimotea un poquito de vez en cuando, como diciendo "¿Pero tú sabes adónde vas o no?". Tengo claro que me hubiese seguido mismo a Quiroga, si llego a ir a pie. La bajada, como suele suceder, es más llevadera, y ya el calor va cediendo. A medida que desciendo, el sol va ocultándose detrás de los riscos, despertando olores y colores dormidos hasta ese momento. Me salgo del camino un momento y me adentro en la Devesa, apenas una veintena de metros. Mi guía, curiosamente, no ha querido entrar, me espera fuera. Me viene de nuevo a la cabeza un comentario de Xurxo de Vieiro, acerca de este sitio: "Se volvesen as meigas, volverían aquí". El lugar sobrecoge por lo salvaje, oscuro, húmedo, silencioso. Es el Caos de la Vida, que luchando consigo misma, genera armonía. Me siento bien aquí, me parece un sitio agradable, tranquilo. Pero es complicado progresar por ella, la vegetación es demasiado intrincada. Mejor regresar al camino. 
Bajando por el camino, veo de repente un bulto informe y grande apartado a la derecha, casi cubierto de maleza. Me acerco a observar lo que es. Resulta ser un camión, fabricado posiblemente, por su aspecto, hacia los años 50. 
Descubro el logotipo del "8" cortado verticalmente. Es un Barreiros. Entonces caigo en la cuenta de que el "8" cortado verticalmente es precisamente el anagrama de las iniciales de Eduardo Barreiros, el que fue artífice de aquella empresa. 
Mi padre trabajó en Barreiros, Madrid, cuando se hacían camiones como éste. Me pregunto si este camión habría pasado por sus manos. 
En el vano del motor crecen las flores, aunque el motor parece completo. Tiene los cuatro neumáticos, pero sin presión, evidentemente. 
Aparto la maleza y me meto en la cabina, al volante. Giro el volante con fuerza, y las ruedas responden levemente. Curioso: los asientos son de madera, pero no los originales; parecen cajones de madera hechos con tablas, y no tienen respaldo. Están sumamente podridos, pero aguantan mi peso. Entre los dos "asientos" se ve la bomba de inyección. Tiene remachado un rótulo metálico, que leo con curiosidad: "ATENCION: RELLENAR CON ACEITE DEL MISMO TIPO QUE EL DEL CÁRTER". Pertinente observación. -pienso-, en un lugar como éste. Todo me parece gracioso y simpático. Agarrado al volante, miro a través del parabrisas inexistente y giro una imaginaria llave en el contacto. "Estos sí que eran buenos coches, y no los de ahora". Me recuerdo una escena de una película de Woody Allen, "El Dormilón" Está él en el futuro, y encuentra en una cueva un Volkswagen escarabajo olvidado hace más de doscientos años. Lo arranca a la primera, y él dice algo así. 
Pero mi camión no arranca. Salgo de la cabina y me voy, dejando que mi pequeño camión siga soñando por muchos años con carreteras de flores, con autopistas de corteza de abedul. 
Ya cerca del Río Pequeño, unos paisanos salen de un prado con un tractor y una carroceta de pasto recién segado. Saludo y alabo las singulares cualidades de mi guía turístico. Se echan a reir, y me dicen que siempre hace igual, que hace caso de todo el mundo, menos de su dueño. Qué le vamos a hacer, cada cual es como es. 
Cuando llego a Paderne, son casi las nueve. Me detengo a tomar algunas fotos de ejemplos de arquitectura popular. De alguna puerta de una casa oculta surge un silbido. El can gira la cabeza, me mira un instante más, y se marcha con presteza. Adiós, fiel animal. Fue un placer compartir contigo esta excursión. 
Sin perder tiempo, pongo en marcha el pequeño Peugeot y conduzco hasta Seoane. Entonces, empiezo a notar los tirones del motor. Me alarmo por un instante, pero el motor mantiene el ralentí en punto muerto; le piso en una pendiente arriba, y el motor responde; una falsa alarma. Más allá de Piedrafita, ya en la autopista, a las 10 y media de la noche, los tirones de motor vuelven, ahora con más intensidad. Estoy preocupado: ¿Y si el motor se para ahora, en medio de la autopista, camino de las 11 de la noche? Empiezo a preguntarme si la póliza incluirá asistencia en viaje, con remolque de vehículo y transporte de conductor. El motor tiene toda la pinta de ir a pararse e un momento a otro, de manera definitiva. Tironea contínuamente. Ni de coña llega a Santiago. Dios mío, ¿Qué voy a hacer? Es de noche, y aunque tengo algo de herramienta, esto parece de la inyección, no es ninguna chorrada. El móvil tiene llamadas restringidas, sólo puedo llamar al Centro Nodal a estas horas; tendrían que ponerme con el número de asistencia en carretera. Si es que esta póliza tiene .¿Cómo voy a explicar mañana, cuando se sepa todo, mi presencia en este sitio a las 11 de la noche, si se supone que terminé el trabajo pronto? Me da miedo pisar el acelerador, por si se rompe del todo. Creo que esto se está parando; no mantiene los 110 km/h. en llano. Empiezo a pensar en el protocolo: Arcén, warning, no salir por el lado de la calzada, poner los triángulos, etc. 
Pasado Lugo, de repente, cambia el sonido del motor. Es un sonido muy fuerte, que recuerda el que hacía el Patrol cuando le pisabas a tope. Miro insistentemente el tablero, pero no se enciende ninguna luz roja. Esto va a explotar. Seguro que el ruido es una biela medio rota, que va a salir por un costado del bloque. Cuando levanto el pie del acelerador, el terrible ruido desaparece, pero -claro- el coche se para, así que tengo que seguir pisando. En fin, vamos allá. Que llege hasta donde pueda, el motorcito. 
Continúo pisando, y esperando que el motor se pare de un momento a otro. Son las 11 y cuarto de la noche. Mi corazón late con fuerza. Sudo bastante. Ya en la carretera a Santiago, de repente, desaparecen los ruidos y los tirones, bruscamente. El motor recupera toda su potencia, por increíble que parezca. ¿Qué está pasando? Las averías no se arreglan solas. Escudriño el oscuro cielo, buscando haces de luz que rasguen la noche. Deben ser "Ellos". Estan aquí... Rezo en silencio, pero sin parar. Sigue así, cochecito, sigue así. Venga que llegamos...Al día siguiente me contaron en la oficina (conté la anécdota, pero omití la hora) que este fenómeno ya lo había hecho con anterioridad, y siempre se le pasa bruscamente y sin dejar rastros, tanto es así, que en una revisión que le hicieron inmediatamente a continuación de un episodio de "tirones y ruidos", no le encontraron nada anormal. De haberlo sabido yo, me habría evitado un mal trago. 

Llegúe a Santiago, con el coche funcionando con normalidad, a las 12 y pico de la noche... No sé si esto es para contarlo, pero desde luego es para escribirlo...

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