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....Cabalgué a lomos del Dragón. Y él volvió hacia mí sus enormes ojos color violeta. Y me sonrió.




domingo, 18 de abril de 2010

Experiencias místicas, o quizá no tan místicas

Sacado de mis "Autoentrevistas". Escrito hacia 2006.

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Creo que ya es hora de que hable de eso. aunque me parece que va a ser un poco difícil. El adjetivo que más se le acerca es “inefable”, esto es, que no puede ser expresado con palabras. ¿Cómo describir algo que no puede ser expresado con palabras? Parece que la única forma es mediante imágenes alegóricas. Es además muy curioso que no fue una experiencia sensorial, en el sentido de que no experimenté ninguna sensación reportada por los sentidos; si acaso, por un sentido interior. La descripción que por tanto, repito, debe ser puramente alegórica, pues la experiencia fue completamente interior.

Tenía yo dieciocho años y estaba en la cama. Era viernes por la mañana, primavera; no recuerdo la fecha. Hacía unos minutos que había despertado y la casa estaba en silencio. Por alguna razón que no recuerdo, aquel día no iba a ir a clase. El sol había salido hacía rato y se filtraba por las rendijas de la persiana, proyectando puntitos de luz sobre la pared.

Entonces, fue como si el Cosmos se abriese por la mitad. Un gigantesco estruendo mudo, un estallido titánico, que no produjo sonido. Millones de estrellas y de galaxias brotaron con la explosión, llenándolo todo.

Mi mente se expandió, hasta ocuparlo todo. Me fue dado un gran Saber. Todos los círculos se cerraron, y todas las preguntas tuvieron su respuesta. Las ecuaciones encontraron sus soluciones, y todos los efectos conocieron sus causas. Me pareció saberlo todo, conocerlo todo, verlo todo, estar en todas partes a la vez, hablar todas las lenguas. Si en ese momento alguien me hubiese hecho cualquier pregunta, por compleja o difícil que fuese, la habría contestado correctamente y sin vacilar, o al menos, así me parecía. Este sentimiento fue acompañado de una dulce euforia, como nunca antes había sentido. No tuve ningún miedo: aquello no podía ser malo. Aún aunque hubiese sido la muerte misma, no podía ser malo, y me abandoné a la sensación. La sensación de volar, de estar en todos los sitios, de verlo todo desde todos los puntos de vista, de comprenderlo todo al fin.

La sensación duró menos de un minuto. Intuyo que no puede durar mucho más una sensación así. Posiblemente, la mente no lo soportaría sin caer en la insania. Como un motor que se quema si lo sobrerrevolucionamos durante demasiado tiempo.

Pienso que una experiencia así, aunque breve, puede condicionar el resto de tu vida. Yo mismo he pasado mucho tiempo intentando explicarlo. Entiendo que una experiencia como esta, lo suficientemente intensa, y experimentada por alguien que tenga convicciones religiosas puede ser interpretada como una revelación mística. En la novela de ficción El Eterno Regeso a Casa, Ursula K. LeGuin ofrece una narración de una mujer (Picamaderos, visionaria de Chukulmas, creo recordar) que tiene una de estas visiones, muy intensa y llena de imágenes, y luego pasa el resto de su vida intentando hallar un sentido a lo experimentado, intentando interpretar las visiones, intentando dar un registro escrito a todo lo que durante un lapso de tiempo pasó ante los ojos de su mente. La experiencia podría ser más habitual de lo que pensamos. El doctor James Austen, neurólogo estadounidense, describe una experiencia casi exactamente igual a esta. Se produjo además, de manera espontánea.

En 1998, Austen desarrolló en su libro El Zen y el Cerebro, teorías según las cuales, sensaciones de disolución del yo se deben a la desconexión o desaparición momentánea de actividad en determinadas áreas del cerebro. Dedujo que, para que se disolviesen el tiempo, el miedo y la conciencia del yo tenían que haberse interrumpido algunos circuitos cerebrales. ¿Cuáles? La actividad de la zona que supervisa los peligros y acusa el miedo, se debe de haber inhibido. Los circuitos del lóbulo parietal, que determinan la orientación espacial, y establecen una nítida distinción entre el yo y el mundo exterior, deben haberse detenido. Los circuitos de los lóbulos frontal y temporal que registran el tiempo y generan la conciencia del yo, deben de haberse desconectado.

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